
No me busques entre las lápidas frías, donde el silencio es un sudario y el tiempo devora nombres grabados. Mi tributo no es al mármol inerte, ni al polvo que el viento arrastra. Yo no visito muertos; persigo el eco vibrante de sus días, la esencia viva que aún respira en el mundo.
Voy donde sus risas aún resuenan, donde sus sueños plantaron raíces que hoy florecen. Los encuentro en el trazo de un artista que tocaron, en la melodía que una vez les conmovió, en el aroma de un café que compartieron, en cada rincón que su energía habitó. Allí, en el pulso de lo que fue y sigue siendo, es donde sus almas danzan libres, lejos de la tumba.
Para mí, el verdadero recuerdo no está en la quietud del cementerio, sino en la perpetua agitación de la existencia que moldearon. Es una celebración de la huella imborrable que dejaron en la tela de la vida, una afirmación de que la memoria no es un adiós, sino un renacer constante en la corriente de lo que llamamos «vivir».

¿Y tú, dónde encuentras la verdadera esencia de aquellos que partieron?