Por Jackson Pichardo

El tema de moda cada vez que se acerca una campaña político electoral, satanizada por los que se sienten en desventaja con relación a los usos de los recursos que confiere el poder, esgrimida como el remedio de todos los males  por los redentores de nuevo cuño, la reelección hace estragos en la vida dominicana cada vez que se invoca su presencia en las cercanías de las elecciones.

Vivimos en una sociedad de pensamiento mesiánico, donde en el corazón de cada dominicano, con sus honrosas excepciones, anida un trujillito, que se cree un instrumento indispensable que debe controlar todo lo que se mueve a su alrededor, repercutiendo este tipo de inconductas en el poco desarrollo que exhibe la sociedad dominicana, la cual ciertamente ha progresado bastante, pero no se ha desarrollado lo suficiente,  como para que respiremos un clima social diferente, donde los nubarrones de la delincuencia generalizada y la intranquilidad que generan, sofoquen la vida de los dominicanos.

Somos un pueblo de memoria corta y ambiciones grandes,  y la reelección es el suspiro que decora el biscocho de una sociedad festinada en todos los aspectos, donde solo se toma muy en serio el cálculo para tratar de enriquecerse meteóricamente, sin importar que se caigan todos los santos de nuestros altares.

Si aplicamos el método sociológico de ir de lo particular a lo general, vemos que las más simples instituciones de carácter colectivo de nuestra sociedad tienen personas que las dirigen como si fuesen un feudo personal.

Juntas de vecinos, religiosos, gremios profesionales, partidos políticos, iglesias de diferentes denominaciones, clubes deportivos y culturales, fundaciones, organizaciones empresariales, grupos populares, tienen el común denominador de que regularmente son regidos por las mismas personas a través de los años, los cuales han producido un agotamiento de la sociedad y todas sus instituciones.

La reelección se constituye en un peligro real en un pueblo cuyos ciudadanos piensan con el estómago, cosa que sería inofensiva en una sociedad de gente mínimamente culta, donde las migajas y prebendas no hagan mella en la conciencia colectiva.

¿Qué han hecho los mal llamados demócratas dominicanos para que hoy tengamos un pueblo mínimamente resistente a los embates del clientelismo político y la corrupción pública y privada?

Absolutamente nada, porque nuestra disfuncional democracia no ha sido modelada en el concepto de darle al pueblo lo que es del pueblo, sino en el criterio de que el país en una finca y sus habitantes una peonada salvaje y semiletrada,  que no sirve para otra cosa que ser trampolín de los erigidos caciques de turno, los cual buscan su realización material mediante el uso y abuso de los poderes adquiridos en sus practicas sociales. 

Esa reelección que todos decimos odiar y que casi todos queremos practicar si nos dan el chance, será un fantasma del pasado el día que el pueblo haga conciencia de ciudadanía, y vea la política como un medio de desarrollo social y no como un fin de enriquecimiento personal.

Cuando nuestro pueblo aprenda a separar la paja del trigo y con ello repudiar a los ambiciosos de todos los colores, que en base a prebendas y mala memoria colectiva se han convertido en amos y señores del país.

La reelección no es mala en un país de gente consciente, aunque sea el veneno que emborracha a una turba sedienta de espejismos.

Que se equivoque un pueblo es mucho mejor a que lo haga una minoría, porque un pueblo consciente que se equivoca rectifica, una minoría bullosa se obstina en repetir el error.